Novela romántica y el ultimatum

Doña Ena llegó de realizar su misión.

–¿Cómo te fue, hija? ¿Te informaste de algo? –preguntó la abuelita.

–Sí, mamá, acertamos en la apreciación que hicimos de esos descarados. Son unos truhanes perversos –acusó doña Ena.

–A ver, cómo es eso, explícame con calma, no te sofoques –sugirió la abuelita.

Doña Ena le contó paso a paso la conversación que sostuvo con doña Gertrudis.

–Eso está grave –reaccionó la abuelita–, vamos a hablar seriamente con Antonella. Si no desiste, nos veremos obligadas a enviarla nuevamente a la capital, a completar sus estudios. Porque aquí corre peligro con ese villano.

–Está bien  mamá, si no obedece, es necesario tomar esa medida –consintió Doña Ena.

En ese instante llegó Antonella.

Okay abuelita, estoy de regreso. Tal como se lo prometí, fui a visitar a mis amigas y no me demoré. Hola  mami, ¿cómo le fue en su paseo? Espero que bien.

–Pues no tan bien –respondió doña Ena, con el ceño fruncido.

Antonella captó que algo andaba mal, pero se hizo la desentendida e informó:

–¡Qué lástima! Mami, me informaron las muchachas que mañana son las matrículas por la tarde.

–Oh sí, ya me enteré –respondió doña Ena, de mala gana.

–¿Por qué no me habías dicho? –preguntó Antonella.

–Porque tu abuelita y yo no nos hemos decidido si te vas a graduar aquí o en la Managua –respondió, con énfasis  doña Ena.

–Mami, ya habíamos acordado que voy a graduarme aquí, y según el calendario escolar, debo ir a registrarme mañana –recordó Antonella.

–Hija –irrumpió la abuelita–, es mejor que hablemos claro con Antonella. Dile lo que te enteraste de su cortejo y sus amigos.

–¿Qué sucede mami? –preguntó asombrada Antonella.

–Lo peor  hija –enfatizó Doña Ena.

–Cuéntame  por favor –suplicó Antonella.

Doña Ena le platicó con lujo de detalles lo que se informó de ellos. Antonella reaccionó y dijo:

–No es que lo defienda mami, pero yo le pregunté a Anthony y me dijo que…

–Que es inocente, como dicen todos los rufianes –interrumpió doña Ena.

–No tanto así  mami, me dijo que como jóvenes habían hecho algunas travesuras insignificantes, y que habían dado algunas lecciones prácticas a ciertas personas que los ofendieron intencionalmente, y son esas personas las que se expresan mal de ellos. A mi parecer, eso no lo veo malo, existen personas que sólo así aprenden la lección –reflexionó Antonella.

–¿Y de lo falderos que son te contó algo? ¿Te relató lo que le hizo a la hija de doña Gertrudis? Ni loco que fuera te lo va a decir –se contestó doña Ena.

–No me contó el incidente que hubo con esa muchacha, pero habría que investigar, para sacar conclusiones y dar un veredicto. Y de que si son mujeriegos o no, de eso no le pregunté. Pero cuando platicamos por primera vez en el cumpleaños de Francis, hermana de Mark, le pregunté que si tenía novia. Me aseguró que yo sería su primera novia, si lo aceptaba –comentó Antonella.

–¡Qué ingenua es mi hija! Ni una niña creería semejante patraña. Mi amiga Gertrudis me aseguró que serías la mujer más desdichada, si te casas con ese gárrulo –inculcó doña Ena.

–Desde cuando es tu amiga esa señora y quién la autorizó para determinar el futuro de alguien. Bien, ¿qué decisión han tomado al respecto? –cuestionó Antonella, un poco enfadada.

–Que si continuas con la idea de ese bribón, tendrás que regresar a la capital a concluir tus estudios –advirtió doña Ena.

–¡Horror de horrores, eso no lo puedo creer! –exclamó Antonella, con tono fuerte.

–Calma  Antonella –irrumpió la abuelita–, vamos a hacer lo siguiente: mañana vas a ir con tu mamá a matricularte al colegio y cuando platiques con tu novio, dile que si su papá o su mamá no se presentan en esta casa lo más pronto posible a formalizar este compromiso, serás trasladada a Managua a finalizar tus estudios, y que quizás regreses el fin de año. Si él tiene buenas intenciones, hará hasta lo imposible para convencer a sus padres de que venga a sellar este compromiso.

–¿Cuánto tiempo le das como límite para que se presente? –preguntó Antonella, un poco desconcertada.

–De tres semanas a un mes, no más –respondió, enfáticamente, la abuelita.

Llegó la tarde de matrículas y se dio por iniciado el año escolar. Anthony y sus amigos se dirigieron al Liceo, con la finalidad de registrase. Con la misma finalidad, Antonella, su mamá y sus amigas se dirigieron al mismo lugar. Los muchachos llegaron y se registraron. Cuando iban saliendo de la sala de registro, Antonella y sus acompañantes entraron al colegio. Al encontrarse, se saludaron amablemente, bajo el ojo acusador y el ceño fruncido de doña Ena.

Antonella no pudo esconder su estado emocional crítico, pues su voz entrecortada por el nervio y su semblante decaído la delataron. Su mirada coqueta y su sonrisa se habían apagado. Todos notaron su actitud y se preguntaban por señas qué pasaría. Las preguntas se quedaban sin respuestas. Algo estaba sucediendo, pero sólo Antonella y su mamá sabían. Antonella no pudo explicar su situación, porque no era el momento oportuno. Después de que se registraron, regresaron a sus hogares respectivos.

Durante el camino de regreso, Anthony comentaba con sus amigos.

–Me preocupa y me confunde la actitud de Antonella –reflexionó Anthony, muy abatido.

–A mí también me inquieta–agregó Michael.

–¿Qué estará sucediendo? –preguntó Humbert, extrañado.

–Me parece que Valezka y Patty no están enteradas de la situación, porque las vi extrañadas –comentó Mark.

–Estoy inquietísimo y no hallo qué hacer –exclamó Anthony, muy frustrado.

–Calma  amigo, no hay que desesperarse, ni hacer presunciones a la ligera. El lunes entramos a clase y habrá tiempo para que hables con ella. Allí se aclararán las cosas –comentó sabiamente Humbert.

–Estoy completamente de acuerdo, no hay que complicar las cosas. No hay que precipitarse, que a su tiempo se va aclarar este asunto –confirmó Mark.

–Gracias  amigos, nos vemos el lunes, mientras tanto, debo hacer lo que dijo el escritor francés Gustave Flaubert: “Es necesario siempre esperar cuando se está desesperado, y dudar cuando se espera” –concluyó Anthony.

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